Durante algún tiempo, y particularmente después del atentado contra Donald Trump, algunos de mis seguidores y amigos me han reprochado que estoy denostando
el uso de armas de fuego en nuestra profesión o que estoy afirmando que no sirven, generando así diversas confusiones, malentendidos e incluso enojos. Por ello, me parece importante aclarar bien mi postura, y con ello, intentar contribuir a un mejor entendimiento de la protección ejecutiva en general.
Aquí están mis puntos esenciales al respecto:
1. Ni en mi libro, ni en ninguno de mis cursos, conferencias o pláticas, he dicho jamás que las armas de fuego no sirven, que no hay que implementarlas, ni tampoco que no se debe practicar su uso. Si analizan bien mi contenido, en ningún lugar afirmo algo semejante.
2. Si se va a aplicar el arma de fuego en una operación específica, ello debe depender de un estudio de riesgo previo para cada caso, ya que hay situaciones en las cuales el arma eleva el riesgo en lugar de reducirlo. Este estudio debe especificar un claro protocolo de actuación con arma de fuego para cada escenario probable, donde el agente debe saber con claridad cuándo usar el arma y cuándo NO usarla. Solo en México, en los últimos 7 años, fueron asesinados involuntariamente 3 ejecutivos a manos de sus propios escoltas, usando el arma de fuego cuando no debían hacerlo. Asimismo, en los últimos tres años, también en México, dos escoltas perdieron la vida y cuatro resultaron heridos al emplear su arma de manera inoportuna.
3. El arma de fuego no es el factor central ni decisivo en la protección ejecutiva. Centrar la protección ejecutiva en el uso del arma de fuego es fatal, ya que esta estrategia históricamente no ha dado buenos resultados y ha cobrado muchas vidas. En nuestro análisis histórico de 136 atentados ocurridos en los últimos 124 años en 60 países, las armas de fuego fueron decisivas para evitar que el protegido resultara herido o muerto en solo el 3.6% de los casos. Asimismo, en México, en los últimos dos años, 19 personas con seguridad armada fueron asesinadas y 32 de sus escoltas, donde toda la estrategia estaba centrada en el uso de arma de fuego. Ni siquiera los mejores tiradores del Servicio Secreto, con armas largas en la mano, lograron evitar que Donald Trump fuera herido en la cabeza por un tirador joven e inexperto, y solo lograron abatirlo después de que este disparara hasta 8 tiros. Estos ejemplos y estadísticas afirman mi postulado de que las armas de fuego no son decisivas en la protección ejecutiva, que no son la herramienta ni la estrategia central alrededor de la cual podemos edificar la estructura operativa, pero que pueden ser herramientas secundarias importantes de apoyo, donde su factor disuasivo puede tener particular importancia. Por ejemplo, en el mencionado atentado contra Donald Trump, si bien es cierto que las armas no fueron decisivas para evitar que él fuera herido (y por pura suerte, no muerto), eran importantes como una herramienta secundaria para abatir al atacante, a pesar de que Trump ya estaba en el piso, protegido con los cuerpos de los agentes del Servicio Secreto.
Para ejemplificar mi postura, podemos decir que las armas de fuego no pueden ser protagonistas en nuestra profesión, pero sí un buen actor de reparto cuando el escenario lo requiera. Es muy distinto decir que las armas de fuego no sirven a decir que las armas de fuego sirven, pero no pueden ser un factor central dentro del esquema de protección, particularmente cuando esto implica ignorar las fases previas de ataque, lo que ocurre casi siempre y como ocurrió incluso en el atentado contra Donald Trump. Las armas sí tienen su papel en la protección ejecutiva, pero este papel no puede ser ni central ni protagónico. Todo mi trabajo no es en contra del arma ni de ninguna otra herramienta, sino a favor de la implementación de las técnicas conocidas, pero poco utilizadas, que nos permiten actuar de manera anticipada y detener el ataque mucho antes de que ocurra. Es accionar sobre las fases de preparación del ataque, en lugar de reaccionar sobre el ataque mismo. Solo así podemos hacer nuestra profesión más segura, tanto para los protegidos como para los protectores.


